viernes, noviembre 06, 2009

Nadie tocaría sus pechos aquella noche

Nadie tocaría sus pechos aquella noche.

Le sobrevino una angustia desconocida por el inevitable (aunque quizás aún no inminente) envejecimiento.

De repente, la soledad le pareció una absurda estupidez. Sobre todo en Ese instante.


…Y seguir viviendo como si el mundo se fuera a parar antes del alba. (Con la angustia correspondiente).


Vivir, vivir... No podía ser tan difícil.

Pero esa noche (una noche más), Madrid seguiría viviendo, latiendo…
Mientras ella se acostaba con Literatura y Masturbaciones [ambos placeres cómodos y potencialmente plenos en sí mismos… pero que en noches en las que las nubes le impedían ver el cielo, se le antojaban inmensamente ficticios. Y tan solitarios que destilaban crueldad.]

Madrid seguía respirando, jadeando por todas sus paredes, agotada, exhausta… y ella, (ajena a la rotación del mundo y de la ciudad) Viendo –joder, eso era lo peor, que lo estaba viendo, y viviendo- cómo el tiempo (y la vida, sobre todo la vida) se le escurrían de las yemas de sus dedos…

No tenía valor. No tenía valor para salir ahí fuera sola…

Ya no había truco, ni trato. Sólo sueño. Sólo letras. Sólo teclas para acceder a vidas que parecían estarle vedadas. Sólo teclas para crear otros mundos de los que ser también espectador, pero con la ilusión de tener algo que ver (por eso de la intervención de sus dedos).

¿Qué había? Había decadencia. Y deseo, mucho deseo. De desear. De participar en la obra… De participar… De vencer ese miedo a errar en cada frase, en cada silencio, en cada beso y en cada polvo…

Triste, triste anhelando pálpitos y aceleramientos de músculos como consecuencia de estremecimientos provocados por la realidad (o por lo que se percibe como perteneciente a ella).

No hay comentarios: