viernes, marzo 04, 2011

Onírica oscuridad

Hemos creado miedos y construido soledades. Nos han lanzado, solos. Y caemos. Estamos cayendo. Cada vez más fragmentados, más perdidos, más envueltos en soledad. Los sentimientos se nos pierden, se nos escapan. No sabemos sentirlos. Nos hemos arrinconado. La discoteca como degradación y como baile de la soledad, del vacío. Los cuerpos se mueven al ritmo que las almas permiten cuando éstas, asustadas, escapan de las prisiones de la piel. Nos gustaría saber dónde buscar, dónde buscarnos… Pero nos dirigimos hacia agujeros negros de profundidad indefinida. Flashes, luces, mandíbulas locas, monoritmos dirigidos por la paranoia de los aliens que acechan desde las múltiples pantallas. Y en eso nos hemos convertido, en una especie de aliens que viven cautivos bajo su extrañeza, acorralados en un mundo que parece de otros y que se revela como indominable e inhóspito.

No se trata de vicio, ni de indiferencia, ni siquiera de falta de horizontes. Se trata de pérdida, de falta de caricias sinceras, de ignorancia sobre cómo vivir. La droga es sólo una escapatoria, una forma de alzar el vuelo entre otras. Pero también es una puerta. Una puerta a la percepción horrible, al lado oscuro, a lo que se esconde debajo del mar o en la otra cara de la luna. Un enorme ático desde el que puede contemplarse a la naturaleza humana en su negro esplendor. Porque allí no hay luz, no hay búsqueda, sólo choques accidentales, miradas equivocadas, pasos mal dados que apenas llegan a ser pasos. Pero no parece aún ser el momento en el que la luz tenga que encenderse. Así, atrapada en la noche.

Y al amanecer la mañana no fue menos gris.