martes, diciembre 29, 2009

París, 2008

La consciencia de lo diferente (de mi diferencia) me duele. Me deja vacía; pero, sobre todo, huérfana. HUÉRFANA. O, al menos, semi-huérfana.

La ausencia de mis antiguas circunstancias y mis antiguos afectos me deja sola. De nuevo en construcción. Y sin embargo no puedo volver.

(¿En ocasiones?) Yo también me siento identificada con la más pura relatividad. Todo son dos direcciones. 2. 2 personalidades. Como Juan y José. Como Volver a casa. Pero, ¿es que acaso tengo casa?

¿Qué soy yo allí?
Una distancia. Un intento. Una lucidez cegada. Una diferencia. Una incomprensión.
(Los pensamientos más instantáneos, reflejados sobre el papel, me hacen sentir aún peor…)

A veces pienso que no hemos intentado hacernos comprender. Que ninguno de nosotros lo ha intentado. Y por eso ahora somos desconocidos.


No somos más que pensamientos (¿mundanos?) que no somos capaces de vomitar. Porque, si lo hiciéramos, moriríamos de soledad.

Somos pensamientos efímeros y reiterativos. Somos miradas perdidas inundadas de lágrimas ahogadas.

Tratamos de colocarnos en otro estadio, pero somos tan humanos como los demás…
Y esa consciencia tan sólo nos hace más desgraciados…



Somos aire. Nuestro peso está tan ensuciado que todo lo convertimos en aire porque no somos capaces de sostenernos. Porque además de ensuciarlo lo hundimos bajo tierra con los asquerosos juicios que siguen enjaulándonos y que nos asfixian porque no son más que la muestra de que nuestra pretendida bondad quizás no exista.


[Ahora que he vuelto, sé que nunca regresé de aquel vagón…]

viernes, diciembre 11, 2009

La eterna sombra

Me molesta la muerte.
Me molesta mucho.
Siempre planeando.
Siempre al acecho.

Llama, asoma, se esfuma… vuelve.
Vuelve en su tono de voz, en lo gris, en su certeza.

Entonces ya te da igual malvivir. Sólo quieres sobre-vivir, no el sentido temporal, no en el sentido de arrostrar a las tragedias…

sino en el sentido de vivir de más (algo así como una sobreimpresión... saturar los colores...) durante el tiempo (o no tiempo) que nos quede.

Maldita sea, el cáncer es el cáncer de esta época que nos ha tocado vivir.
Pero, ¿Qué pensábamos? ¿Qué si erradicásemos la tuberculosis viviríamos eternamente? Aparecería de otra forma, obviamente.

*

Y no es que NO me duela. Es que sólo quiero burlarla. Es que no quiero pensar en ella demasiado tiempo y que mate minutos vivos. Por eso sólo quiero obviarla con esa soberbia propia de la juventud, pensar que no existe, que no existe ahora. Que puedo ignorarla entre carcajadas amigas, entre latidos de vida y polvos hambrientos.

¿Qué más da?

Lo que pasa es que no asumimos (como es obvio) que el camino, allí donde choca con el horizonte, es finito, no continúa.

Nos jode pensar que van a desaparecer los latidos, las sonrisas de labios carnosos, el brillo de plenitud de los ojos jóvenes, la esperanza, la fuerza… la vida. Nos jode, irremediablemente, nos jode.

Por eso pienso que no importa cuidarse más o menos, ni vivir de una determinada manera, ni buscar nada que no sea la propia vida. El 90 por ciento del tiempo pensamos estupideces, nos enredamos en absurdeces que no hacen más que acentuar el sin sentido de esta caída y esta espera. Riamos, bebamos, disfrutemos, erremos. No pensemos tanto. Si algo es cierto, es que al final, habrá final.

jueves, diciembre 10, 2009

Habitación

Oscuridad. Mi mano se desliza subrepticiamente (Adoro esta palabra. ¿O lo subrepticio?); busca tu mano con el movimiento de una lagartija: rápida, eficazmente.

Corremos entonces hacia el cobijo. Una mezcla extinguible de inocencia, pureza y juegos sexuales que se extienden hasta la claridad en medio de potenciales infartos.

Yo lo noto. Yo lo noto cuando me desabrochas los botones (demasiado fácil, recuérdame que la próxima vez te lo ponga más complicado). Noto tantas cosas. Que me humedezco, por ejemplo. Que me estiro (imitando también a los reptiles). Que te excitas. Que, incomprensiblemente, tiemblo. Que tus ojos se engrandecen, aún más.

Entonces son tus manos las que se resbalan. Hasta el fondo. Intentan remontar, escapar de ese pozo. Pero están sumergidas en arenas movedizas.



No sé. Eres raro. Eres de los que hablas sin palabras. Hay que descodificarte. Eres un misterio tangible. (Aunque he de reconocer que me encantan los misterios de ojos negros y las cosas ilegibles). Y sorpresivo, al alba. De tus labios brota la pregunta inesperada&comprometida&¿esperada? y yo destrozo ese amanecer finito con mi respuesta.



Pero ahora, en las noches de pies fríos, te pienso. Te pienso y te quiero, a mi lado. Meter mis pies entre tus piernas. Que te enganches a mi mano como un niño a su mamá atravesando una avenida imposible. Que, temerosos, dilatemos la espera y nos regocijemos en un tiempo al final del cual no habrá decepción ni soledad. Que, como adolescentes, tenga que haber un primer paso, un movimiento definido, concreto… en el que los labios se acerquen a los labios, los ojos a los ojos… y las narices y los pómulos izquierdo y derecho se rocen y se sitúen sin molestarse.

Luego descubres un acogedor asentamiento entre dos montañas moldeables, de piel de melocotón y cumbres moradas. El tiempo se para y mis manos nadan entre hilos fuertes y negros.

No te muevas, no te muevas… shhhhh. Si el día llega (y me acuerdo de Romeo&Julieta, aunque ya lo dice la canción… “no, no somos ni Romeo ni Julieta…”) entonces nos escudamos bajo las sábanas. El color amarillento (¿de las paredes? ¿de la franela? ¿de la luz?) provoca cierta embriaguez. Y me temo que el cacique se ha evaporado hace rato entre las embestidas de piel ardiente contra piel ardiente.

Entonces mis ojos se inquietan por la cegadora iluminación azulácea que penetra por la diminuta línea de la ventana de la casa clandestina. Hay que regresar…

y

-Me pone triste el fin. Abrochar de nuevo los botones. Colocar las incómodas medias. Regresar al mundo ordenado que se muere por coleccionar explicaciones.

y

-Quizás, sólo te haya imaginado.