jueves, diciembre 10, 2009

Habitación

Oscuridad. Mi mano se desliza subrepticiamente (Adoro esta palabra. ¿O lo subrepticio?); busca tu mano con el movimiento de una lagartija: rápida, eficazmente.

Corremos entonces hacia el cobijo. Una mezcla extinguible de inocencia, pureza y juegos sexuales que se extienden hasta la claridad en medio de potenciales infartos.

Yo lo noto. Yo lo noto cuando me desabrochas los botones (demasiado fácil, recuérdame que la próxima vez te lo ponga más complicado). Noto tantas cosas. Que me humedezco, por ejemplo. Que me estiro (imitando también a los reptiles). Que te excitas. Que, incomprensiblemente, tiemblo. Que tus ojos se engrandecen, aún más.

Entonces son tus manos las que se resbalan. Hasta el fondo. Intentan remontar, escapar de ese pozo. Pero están sumergidas en arenas movedizas.



No sé. Eres raro. Eres de los que hablas sin palabras. Hay que descodificarte. Eres un misterio tangible. (Aunque he de reconocer que me encantan los misterios de ojos negros y las cosas ilegibles). Y sorpresivo, al alba. De tus labios brota la pregunta inesperada&comprometida&¿esperada? y yo destrozo ese amanecer finito con mi respuesta.



Pero ahora, en las noches de pies fríos, te pienso. Te pienso y te quiero, a mi lado. Meter mis pies entre tus piernas. Que te enganches a mi mano como un niño a su mamá atravesando una avenida imposible. Que, temerosos, dilatemos la espera y nos regocijemos en un tiempo al final del cual no habrá decepción ni soledad. Que, como adolescentes, tenga que haber un primer paso, un movimiento definido, concreto… en el que los labios se acerquen a los labios, los ojos a los ojos… y las narices y los pómulos izquierdo y derecho se rocen y se sitúen sin molestarse.

Luego descubres un acogedor asentamiento entre dos montañas moldeables, de piel de melocotón y cumbres moradas. El tiempo se para y mis manos nadan entre hilos fuertes y negros.

No te muevas, no te muevas… shhhhh. Si el día llega (y me acuerdo de Romeo&Julieta, aunque ya lo dice la canción… “no, no somos ni Romeo ni Julieta…”) entonces nos escudamos bajo las sábanas. El color amarillento (¿de las paredes? ¿de la franela? ¿de la luz?) provoca cierta embriaguez. Y me temo que el cacique se ha evaporado hace rato entre las embestidas de piel ardiente contra piel ardiente.

Entonces mis ojos se inquietan por la cegadora iluminación azulácea que penetra por la diminuta línea de la ventana de la casa clandestina. Hay que regresar…

y

-Me pone triste el fin. Abrochar de nuevo los botones. Colocar las incómodas medias. Regresar al mundo ordenado que se muere por coleccionar explicaciones.

y

-Quizás, sólo te haya imaginado.

1 comentario:

Mrs. Blogspot dijo...

La realidad, arrolladora, que siempre viene a recordarnos que las historias de celuloide no pueden perpetuarse más allá de la cama, más allá de nuestros "mundos posibles"...