lunes, septiembre 17, 2012

De pies y cortezas

Te revuelves. Todos, en algún momento, nos miramos las puntas de los pies. ¿Por qué? Porque aflora nuestra niñez, nuestras preguntas fundamentales y nuestro ensimismamiento sabio.

Todo ello mientras observamos esa pequeña puntita, esa área que representa el final de nuestro cuerpo, el principio de la conexión con la Tierra, con ese planeta que dicen que habitamos.
Con esa piel –en mi caso, con frecuencia, fría- podemos tocar el asfalto o la hierba fresca, la arena del mar, el tacto del agua, las piedras del río.
Es un punto de conexión con el mundo. Lo hacemos girar, dibujamos invisibles, acariciamos otros puentes.
Se le conoce menos que a otras yemas más desnudas (las de las manos), pero está ahí y podría sostenernos por sí sólo, como les pasa a las bailarinas.
Ellas se asientan sobre ese punto, por eso no se confunden en ese momento sutil, escuchan ciegamente, primero al canal izquierdo y luego al derecho, no permiten transferencias.
Pero el común de los mortales, estamos invadidos de ruidos, sobre expuestos al desconocimiento.
Hace falta rasparse los pies con las rocas y caminar descalzo, sentir la rugosidad, la nieve, el polvo, la arena mojada y las hojas agujosas mezcladas con pedacitos de corteza…
Hace falta todo eso, y mil sensaciones más… para verse, para reconocerse como quien acaricia el tronco de un árbol lentamente, muy lentamente…
Porque en el origen todos fuimos árboles, de alguna manera… veníamos de ellos y no nos negábamos…
Preferíamos la fusión a la separación, la comunión a la tecnologización, el abrazo al muro de piedra… el mundo vivo a sus espejos…