viernes, octubre 30, 2009

Las edades de Lulú

“Su lengua siguió allí, firme, hasta que cesó la última de mis pequeñas sacudidas. Sus dedos aún me penetraban cuando apoyó la cabeza encima de mi ombligo, y sólo entonces me atreví a meditar, a calcular las consecuencias de lo que había ocurrido en la segunda noche más larga de mi vida. La posibilidad de interpretar aquella batalla como un pacífico empate, me reconfortó por un instante. Hemos hecho tablas, quise pensar, hemos intercambiado placeres individuales, me ha devuelto lo que antes me había arrebatado. Era un punto de vista, discutible desde luego, pero no dejaba de ser un punto de vista. Supongo que en aquel momento no me di cuenta de que ya era capaz de elaborar mis propias clases teóricas, pero lo cierto es que no tuve que esforzarme demasiado para convencer a mi única alumna, que era yo misma.

-Te quiero.

Entonces recordé que ya me lo había dicho antes, te quiero, con el mismo tono solemne, grave, con el que me había advertido una vez que el amor y el sexo no tienen nada que ver, y me pregunté hasta dónde llegarían, qué significarían en realidad aquellas dos famosas palabras, mientras él se tumbaba a mi lado, me besaba, y se daba la vuelta para quedarse boca abajo. No quería perderlo tan pronto, así que me encaramé con cierta dificultad sobre su cuerpo, coloqué mis piernas encima de las suyas, cubrí sus brazos con los míos y apoyé la cabeza en el ángulo de su espalda. Él me recibió con un gruñido gozoso.

-¿Sabes, Pablo?, te estás convirtiendo en un individuo peligroso –sonreí para mis adentros-. Últimamente, cada vez que te veo, estoy una semana sin poder sentarme.”

Almudena Grandes

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