sábado, mayo 23, 2015

La posibilidad de algo muy diferente

"Mi primera conversación con O. tuvo lugar el 30 de agosto de 1922. 
En aquella ocasión, empecé por decirle lo descontenta que estaba con la idea de que la vida fuera menos de lo que éramos capaces de imaginar que era. Creía que lo mismo les ocurría a casi todas las personas, a las que conocía y a las que no. Dejaban de crecer tan pronto como había transcurrido su juventud; con su poca fuerza y su ímpetu característicos. En el momento preciso en que uno sentía que había llegado la hora de recogerse, de utilizar toda la fuerza propia, de hacerse con el control, de ser un adulto, se contentaban con cambiar el máximo deseo de su corazón por un sinnúmero de pequeños deseos. O la imagen que se me venía a la mente era la de un río que fluye y se pierde en innumerables pequeños regueros sobre una marisma oscura.


Por supuesto que se engañan a sí mismos. A este goteo continuo lo llamaban: mayor tolerancia, intereses más amplios; sentido de la proporción; para que el trabajo no impidiera la posibilidad de «vivir». O lo entendían como una huida de todo lo relacionado con los entresijos frontales y la propia conciencia: una vida más simple y por lo tanto mejor. Pero antes o después, en la literatura al menos, suena una nota de fondo profundamente dolorosa. Y se está incómodo, se siente la frustración. Se oye, se cree oír, el lamento que afecta a la identidad propia: «He perdido la oportunidad. He renunciado. Esto no es lo que quiero. Si esto es todo, la vida no merece la pena ser vivida».
Pero sé que esto no es todo. ¿Cómo se sabe? Voy a poner el ejemplo de K. M. Que yo recuerde, siempre ha llevado una vida típicamente falsa. Pero a pesar de todo, ha habido momentos, instantes, destellos en que ha sentido la posibilidad de algo muy diferente."

Katherine Mansfield, Diario, pp. 280-281, Edición Debolsillo.



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