sábado, abril 17, 2010

Paz habita en las grietas del abismo

Paz camina por el borde de un abismo rocoso rojizo. El sol se pone. Le cubre un vestido blanco y el viento que la rodea es tan material que incluso parece adquirir color por momentos. No sabe si sueña, desea o sugiere.

Paz cierra los ojos e imagina cómo sería si se decidiera a lanzarse. Toca el abrigo de viento que tomaría y lame (mentalmente) cada centímetro de abismo. Vacío, vicio y viento. Y en medio de la espiral, su espíritu. Buscando buscarse, buscando encontrarse.

Levanta de nuevo los párpados, respira profundamente, vuelve a bajarlos. Absorbe el viento y ansía caricias etéreas para volar.


Lo místico del paisaje le habla desde el fondo de los acantilados. La entropía reina. Paz bucea sonriente a contracorriente del aire: esquiva las ataduras y los encierros y los limbos (que también encierran, se dice) en busca de otros limbos que ya no denominará de ese modo, en busca de otros puntos de nada y de nadie en los que sólo haya viento y armonía.


Puntos de evasión, de fuga, de un azul celeste blancuzco en los que poder descansar. Se auto-condena así a un ostracismo que se presenta, en medio de la extrañeza lluviosa, gris y diferente que reina en los espacios alejados del abismo, como, quizás, el mayor de los placeres.

Porque quizás sólo esa paz merezca la pena. Sólo esa estancia instantánea al borde del abismo rocoso en la que el viento golpea a los ojos, a las mejillas, a la voz, a las palabras absurdas. Sólo ese silencio ventoso capaz de trasladar a la más maravillosa de las calmas.

Paz agarra a Naturaleza. Permanece engarzada a ella. Ahora está sentada, entre la tierra, se va fusionando poco a poco. Piensa en quedarse ahí, le aterra pensar en el oscuro barullo que altera a la sociedad. Remueve la arena en busca de piezas que le ayuden a elevarse por encima de sus absurdeces y de los desperdicios de horas que continúan incrementándose sobre el asfalto en el que se reúnen los “grandes fines” de la humanidad.

“Si nada puede cambiar”, se dice Paz, “si la subestructura va copando la realidad de un modo descarado y no hay escapatoria, al menos, dejadme escapar por las fisuras, dejadme arrastrar por este viento del abismo rocoso y por la luz que aún no han logrado ensombrecer y bajo la cual reside una energía potentísima capaz de absorbernos y trastocarnos y empujarnos a salir fuera, a escalar hasta aquí. Salirse. Buscar una concha, una cueva, refugiarse, olvidarse.”

Así Paz se olvida del antes, del después. Se concentra sólo en ese abismo rocoso anaranjado del instante Ahora. Se enrosca con la soledad, folla con el silencio… y acaricia y besa y baba al mar hasta que toda el agua es agua salada… Y respira, respira profundamente hasta volverse aire.

1 comentario:

S. dijo...

Hasta volverse aire... :)
(precioso)